
Tener cuarenta años, ser comercial de banca privada y descubrir nuevas patas de gallo en tu rostro no es agradable. Os lo aseguro, ver que tu cara es una especie de mapa de carretera con más líneas que la red secundaria baja el ánimo a cualquiera. Yo, que suelo tener tanto éxito con el sexo opuesto, de repente veo como mis acciones en el mercado conquisteril empiezan a bajar más que las de Gescartera.
Con este pensamiento voy hacia la cafetería en la que desayuno, dispuesto a ahogar en un carajillo mis frustraciones, cuando me sorprende un cartel en una parafarmacia. Dice así: "BABAS DE CARACOL" ilustrado con una foto del cornúpeto animal como una estrella de Hollywood. Lo primero que me asalta a la cabeza es: ¿Y a quién mierda se le puede haber ocurrido recoger las babas de un bicho tan asqueroso para después venderla? de seguida sigo ¿y quién en su sano juicio pensaría en comprar una cosa tan nauseabunda?. Lo siguiente fue estrujarme la cabeza imaginando como se puede exprimir un caracol para sacar su baba y mejor no haberlo pensado, porque se me quitaron las ganas de beber algo líquido por un tiempecito.
(Ya veremos si continúa)