martes
Caja de cartón.
En una de ellas me llegaron noticias de mis padres.
Cuando era pequeña no existían móviles. Mis abuelos tenían un teléfono de pared negro. Tampoco había internet. Ellos tenían un buzón. Yo tenía muchas ganas de saber de mis padres. Ellos tenían muchísimas ganas de saber de nosotras.
Lo recuerdo perfectamente. Era por la tarde. Todos, mi hermana, mis tíos y mis abuelos, rodeábamos una mesa. En ella había una caja de cartón grande. Llegaba de Alemania. El cartero nos la entregó emocionado y casi que esperó a que la abriéramos. En ella había un detalle para todos. No recuerdo lo que tocó a cada uno. Sólo recuerdo un reloj de cuentas de caramelo que no me quise comer para que no se acabara nunca. Y una pequeña cajita que contenía dados de colores. Y yo, soñaba con sacar un doce. Y pensaba que cuando lo sacara, ese mismo día, mis padres volverían.
No sé si esto le importa a alguien. Me imagino que no. Pero hoy, precisamente hoy, he recordado esta vivencia. Y hoy, precisamente hoy, la escribo.
Porque lo verdaderamente importante de ese día fue el beso que mi madre me envió en una carta que había en dicha caja. Un beso en forma de labios pintados. Los de mi madre.
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