El primer día estuvo vomitando a intervalos cortos de tiempo. Lo que veía no estaba escrito en ningún sitio y era motivo de condena.
Tenía que lavar los pecados de los demás. La contrataron para limpiar las escenas de los crímenes y ella era la mejor.
No quedaba ni rastro de fluidos, carne, huesos ni sesos en el sitio. Ni siquiera el olor a muerte. Casi se podía hacer una fiesta, en ese lugar macabro, cuando ella pasaba con todos sus productos y sus poderosas manos. No había suelo, cortinas, paredes ni bañeras que pudieran con ella.
Aprendió mucho, a esconder el rastro del mal. Y eso le valió al cabo del tiempo.
En su casa, una noche de lluvia, se deshizo de su maltratador.
A la mañana siguiente no habían rastros de gritos, de sangre ni de entrañas derramadas por su machete.
Para eso era la más limpia de su casa.
Ahora, adoraba su trabajo, le había dado la libertad.