miércoles

El estado ideal de las cosas

Cuando el curso está en su apogeo tengo unas ganas increíbles de que lleguen las vacaciones, es un tema recurrente en las conversaciones de pasillo. Hay quien hasta tacha los días en un calendario como si fuera una condena. Y bueno, las vacaciones llegan y se instalan cómodamente en nuestro salón. De repente, la rutina normal de la vida diaria deja su paso a ese gran elefante que va a convivir con nosotros durante un mes.
Uno programa mil cosas para hacer en vacaciones, lo típico, un viaje, ir a la playa, leer la ristra de libros acumulados durante los meses de invierno y que no tuvieron una oportunidad entonces. Estudiar, ponerse al día en las aficiones personales. Vamos, que la lista deja en pañales a la de año nuevo.
Pues ya me veis aquí, a principios de agosto echando de menos el Instituto, con sus pasillos repletos de alumnos, con los adolescentes delante de la puerta del despacho ávidos por consultar dudas, con las prisas por llegar a tiempo a clase.


Sí, lo confieso, mi trabajo es tan atractivo que no me hallo sin él tanto tiempo. Llamadme masoquista, o privilegiado, pero ese es mi estado ideal.