Estoy en estos momentos empapada. Me he despertado y he tenido la peor de mis pesadillas. Anoche estuve cenando con un grupo de amigos y creo que bebí más de la cuenta. Hoy es lunes, un lunes cualquiera. Pero me siento mal, como todo el mundo ese día, con la inclusión de una resaca mezclada con el vértigo que te da el despertar de un sueño horrible. Tengo la boca seca, me siento sucia, parece que he corrido en una maratón inacabable. Ahora suena el despertador, son las 06.45 horas. Es la primera vez que me despierto antes de que lo haga este aparato tan necesario para nuestra vida, como odiado. Decido hacerle caso y levantarme de la cama, ese instrumento que siempre sirve para evadirte a otros lugares, ya sea sintiendo el placer más puro y salvaje que te hace desfallecer o, por lo contrario, al no poder hacerlo, caer rendido en ella después de un día de rutina y soledad.
Necesito darme una ducha, me gustaría mejor un buen baño con un mejor café. Y es que no tengo tiempo para lo primero ni cafetera capaz de prepararme uno de los mejores placeres que tengo en mi lista. De esta semana no pasa sin que me dé ese capricho, compraré esa cafetera que hace el mejor café express del mundo, dicho por sus mejores anunciantes. Esa cafetera que siempre espero que caiga por parte de algún alma caritativa en algunos de mis cumpleaños o por parte de algunos de los tres reyes magos. Creo que ninguno de ellos desea que mis arterias se “lastimen” gracias a los efectos de la cafeína.
ESTE RELATO CORTO CONTINUARÁ...
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