Ahora mismo lo que menos tenemos son oportunidades.
De decidir, de sobrevivir, de tener la nevera llena, de estudiar, de sanar...
Ahora más que nunca nos aferramos a todo lo que lleve la palabra oportunidad. Anuncios, centros comerciales con ofertas, tiendas especializadas en darnos lo que los políticos no pueden.
Nos gusta aprovechar todo lo que esté bien de precio, todo lo que antes nos costaba más y ahora mucho menos. Pero eso me suena a treta comercial. Nos quieren tener contentos con ciertos precios, con ciertos productos, con nada que requiera esfuerzo.
De qué me sirve comprar unos zapatos monísimos de la muerte a 10 euros que antes costaban 100 si yo nunca compraría esa clase de zapatos. Incómodos, poco ponibles, altos, deamasiado brillantes...
Yo ya no quiero oportunidades para mí. Ya las tuve y algunas me salieron más rentables que otras. Siempre con mucho trabajo, algo de sufrimiento y una pizca de suerte. Nadie me regaló nada y por ello tampoco quiero que se lo regalen a mis hijos.
Eso sí, quiero que ellos tengan las mismas oportunidades que yo.
¿Cómo puedo decirles que no las van a tener? ¿Con qué cara me siento con ellos y les digo que estudien lo que estudien no van a trabajar? Me dirán que qué hemos hecho los adultos. Que qué mierda de futuro les hemos dejado. Me dirán que cómo van a ser ellos los encargados de solucionar la mierda que tenemos encima si...no tienen OPORTUNIDADES.
Quiero que sean felices y para serlos tienen que estar seguros de que conseguirán lo que se propongan.
A cualquiera pongo por testigo que ningún político merece mis respetos. Confié en ellos, en su sabiduría. Creí que depositando un papel en una urna iba a conseguir que gobernara el mejor.
Me equivoqué.
Pero no permitiré que mis hijos se equivoquen.
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