Durante toda su solitaria vida no tuvo ganas de conocer a nadie. Se encontraba cómodo sin tener otra persona cerca. No miraba a la gente a los ojos. Sabía más por los mismos que incluso hablando. Y lo que veía no le gustaba muchas veces.
No se metió con nadie, no habló mal de nadie, no fue irrespetuoso con nadie. Pero no quería cerca a nadie.
Había una vecina que se mostraba irritada con la mala educación de tan especial vecino. No saludaba, ni se preocupaba por cualquier inquilino. No lo entendía. Decía que no tenía corazón...
Un día cualquiera, él murió.
Pasado el tiempo, un amigo de tan enfadada vecina vino a visitarla. Ella le comentó que su ermitaño vecino había muerto.
"Lo sé, María. Sé que él está muerto porque yo estoy vivo. Ese que decías que no tenía corazón, lo tenía. Yo lo tengo ahora"
Juan, ese misterioso hombre no quería estar en contacto con los humanos. Pero sabía que ya muerto de nada le iban a servir los órganos. Así que dio órdenes expresas al forense de que no lo enterraran con ellos.
Las personas, a veces, juzgamos antes de tiempo.
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