Ya tengo una edad, soy mujer y ya la paciencia tiene un límite. El número de hombres casaderos, limpios, algo listos y con ganas de formar un hogar son cada vez menores. Sales por la noche y te encuentras unos especímenes que ni siquiera sus santas madres tienen ganas de aguantar por más tiempo en sus casas.
En vista de que mi éxito con los humanos varones no estaba de ninguna manera relacionado con mi delicada situación, decidí hacer lo que nadie se ha atrevido a hacer: buscar un novio zombie.
Poneros en mi lugar, tenía desesperadamente que estar con un chico. No puedo decidir nada por mí misma, necesito que alguien decida por mí qué película ver en el cine, qué almorzar, qué tipo de ropa ponerme. Está mal visto eso de estar sola. Y la desesperación me hizo tener un novio no humano.
Me puse en la primera esquina que vi y esperé a que pasara uno. Me hice apetitosa de pronto comprandome un kilo filetes y poniendomelos encima cual Lady Gaga. El estaba hambriento y algo solo así que no pensó que tirarme un bocado en la sesera significaría estar conmigo hasta la eternidad.
Me convertí en zombie. Adelgacé a marchas forzadas, nunca me gustaron los sesos y menos crudos. El olor, no podía acostumbrarme a él. Ya ninguno de mis amigos anteriores querían estar conmigo, natural...me los comía.
Pasamos una temporada juntos. Creí que mi felicidad era por fin algo evidente. Noté que el muchacho sólo quería sesos y no sexo. Hasta que mi amor zombie me confesó, después de darle yo a probar el vino, que era gay y que le gustaba Pablo Alborán.
Ahí salí pitando no sin antes mirar atrás. Lo que vi no tiene nombre, se había puesto una bata de cola de lunares y se puso a cantar: tú lo que quieres es que me coma el tigre mis carnes morenas.
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