domingo

Dando la nota


Que el turismo es un gran invento ya lo decía Martínez Soria en los setenta. Que es la primera "industria" del país, que hay que mimarlo etc. Todo esto, es algo que creo que empezamos a tener en cuenta en nuestros pueblos y ciudades para no matar a la gallina de los huevos de oro.
Pero hoy no quiero hablar de lo mucho que nos queda para llegar en el gremio de la hostelería a alcanzar la excelencia, quiero comentar los efectos perversos de el turismo desmedido.
Hace unas semanas, paseando por la maravillosa plaza mayor de Salamanca, observé que los turistas en su mayoría se comportaban como si estuvieran en una atracción de feria. Pasaban por en medio de los salmantinos que disfrutaban tranquilamente de su plaza, avasallándoles, con las cámaras fotografiando cualquier esquina. Con la prepotencia del que cree que pagando puede consumir lo que quiera, incluso la usurpación de un lugar público.
Había algunas despedidas de soltero con chavales medio borrachos, corriendo de un lado a otro y molestando. Lo peor fue ver a un grupo de andaluces, sentados en los veladores cantando sevillanas a voz en grito. Así estuvieron más de una hora.
Los pobres vecinos, aunque les supongo acostumbrados, no estarán conformes con que su emblemática plaza se haya convertido en un parque temático y que ya ni siquiera puedan disfutarla con sosiego, sólo porque los turistas nos hemos creído con el derecho a apropiarnos de esos lugares.