lunes

La reserva (y III)

Viene de aquí.



No sé muy bien la hora que era, pero recuerdo que los ojos del médico que me explicó todo llevaban la noche en sus pupilas. Cuando le vi entrar, sabía que él era el encargado de comunicarme las noticias, esa falsa sonrisa siempre anticipa lo peor.
-Hola, soy el responsable de todo esto.
-Ya, ¿pero quién me explicará por qué estoy aquí?
-Indudablemente, yo soy su hombre.
-Pues empecemos.
-¿Estoy muy enfermo?
-No, todo lo contrario, está sano y en perfectas condiciones.
-Supongo que puedo marcharme, pues, ¿no? ¿Habrá sido una confusión?
-No, ahora se inicia el protocolo acordado para estos casos.
-¿De qué habla?
En ese momento descorrió las cortinas que separaban nuestra existencia del enfermo que aparentaba agonizar.
-Mírelo bien, me dijo moviendo su mano.
-Ya, se ve que está en las últimas.
-Pero observe con detenimiento su aspecto. Fíjese en su expresión, en sus ojos, en esa pigmentación de nacimiento que tiene en la frente.
Eso me hizo caer en lo que estaba pasando. El enfermo de al lado no era un paciente cualquiera, era alguien demasiado familiar, alguien con un aspecto conocido, terriblemente conocido. Era yo. Yo con sesenta años más. Esa mancha, ese rictus en la frente tan propio de mí.
-Pero, pero ¿esto qué es? ¿qué significa? Musité en un susurro.
-Es usted una copia. Creada con un fin, y ese fin es ahora. Le necesitamos, o sea, él le necesita. Requiere un riñón de forma urgente para poder seguir viviendo. Ahora ya lo sabe, es usted una reserva, una despensa de órganos que iremos usando conforme el paciente sufra fallas en su organismo. Por ahora ha tenido suerte, podrá vivir más tiempo sólo con el riñón sobrante. Pero no se haga ilusiones, no podrá salir de aquí. El corazón de su original está muy débil.