domingo

Flechazo

Era una persona insignificante, simple, casi invisible a los ojos de los demás.
Pronto se dio cuenta de que los amores que tenían hacia ella eran totalmente interesados. Ni una pizca de pasión, ni un gramo de calor, ni una centésima de protección.
Así que decidió ser introvertida, canija, callada, observadora. No creía en el amor ni en casi nadie. Tampoco tenía fe en el futuro.
Y paseando por el bosque, devorando la soledad y merodeando la locura, descubrió ese lugar. Lo divisó por sus tejas rojas, su gris melancólico, su silencio ahogado, su calma.
Entró. No era propio de ella, pero le llamó la atención una canción que salía de las entrañas de un piano.
Y allí lo encontró.
A su amor, a su calor, a su pasión, al color que le devolvería la visibilidad.
Y empezó a escribir, a fotografiar, a imaginar, a sentir, a devorar la vida.
Nació Agata.


jueves

El miedo

La estuvo acechando durante años.
Desde pequeña cuando escuchaba gritos, cuando se quedaba a oscuras y no podía salir de la habitación.
La estuvo acechando.
Desde la adolescencia cuando seguían esos gritos, cuando tenía que volver a casa.
La estuvo acechando.
Desde que ya de mayor no habían gritos pero sí muchos silencios, cuando creía que era la culpable de todo.
Ahí está ahora el miedo. Esperando en lo alto de la noche. Acechando. Porque está sola. Porque cerrará los ojos para dormir y empezarán los ruidos a salir.
Pero ella no está sola. Ha aprendido a ser fuerte, desde pequeña.
Desde que, sin saberlo, el miedo curtió sus ganas de luchar.
La hizo mujer cuando ella menos quería. Ahora se estaba vengando de él.

lunes

La danza macabra

Ando algo cansada y lo que veo no me gusta. Entonces escucho la música.
Cierro los ojos y me imagino una corte de elegantes fantasmas bailando alrededor de mí. Y noto como danzan y danzan por el olor a negrura. Un escalofrío recorre mis venas y sé que ha llegado mi eterna hora. Y seré la próxima que baile en la eternidad...y te buscaré.


domingo

La cesta de la compra



Estaba más delgada y al mirarse al espejo se veía bien. Como casi todos los días se dirigió al supermercado cercano a su casa. Tenía siempre a mano su moneda para el carro. Entró y empezó a llenarlo de alimentos básicos para su familia. Tenía que llevar leche, aceite, pan, algo de carne...Se permitió coger unos dulces de chocolate para sus hijos. Ella no quería que abusaran de ellos para que sus dientes no se resintieran. Y cogió también un tinte para su cabello, hacía días que sus raíces eran más profundas. Recorrió todo el pasillo central para llenar el carro y volvió sobre sus pasos. Y empezó a hacer lo que hacía todos los días que iba. Devolvía en su sitio cada alimento y elemento que había cogido para llevar a casa. Devolvió la leche que ya no alimentaría el desayuno de sus hijos, hizo lo mismo con el aceite, el pan, la carne...todo. Lo devolvió todo y salió por la puerta del supermercado con el carro vacío. Lo puso en su sitio y recobró la moneda, la única de la que disponía. El único vestigio de economía que tenían. Y salió con más pena de la que entró. Desde que la crisis explotó perdió su trabajo y su marido también. Ya no tenían ayudas. Ni posibilidades de encontrar trabajo. Mientras caminaba por la calle se paraba por cada contenedor que había. Pero ya eran tantos los que estaban en su situación que ya no había de dónde rebañar. Al pasar por un restaurante vio desde el gran ventanal al político de turno que por la televisión le decía que ya todo estaba llegando a su fin. Lo mismo pensó ella cuando él dio buena cuenta del plato que se estaba comiendo.