lunes

Fiebre

Le juro que no tuve nada que ver. Todo ha sido un accidente, si tiene que culpar a alguien, la codicia humana es la responsable.
¿Pero cómo es posible que sólo sobreviviera usted? preguntó el jefe del departamento de investigaciones internas.
Déjenme que les cuente y...
No hay nada más que decir, es culpable a todos los efectos, sentenció la investigadora.
De acuerdo, a lo mejor por omisión, por dejar que ocurriera lo que veía venir, por creer imposible que tres personas tan bien entrenadas caerían al final en el más vil de todos los errores, en el más trivial. La avaricia.
Vale, le escuchamos, musitó el jefe.
La misión iba tal como estaba recogida en el plan de ruta. El despegue excitante, como siempre, y la convivencia en la nave mientras llegábamos al objetivo no tuvo incidentes dignos de mención. El cosmonauta ruso se había adaptado a la misión internacional y la astronauta coreana, aún cuando se llevaba mejor con el compañero italiano, se relacionaba con todos fluidamente. En calidad de comandante, nadie discutió nunca ninguna de mis decisiones.
¿Qué ocurrió cuando aterrizaron sobre el asteroide? inquirió la investigadora.
En principio empezamos la rutina prevista y el desarrollo de los experimentos programados. Fue el cosmonauta el que empezó a comportarse de forma extraña. Ahora veo que el que  todo coincidiera con el inicio del experimento exogeológico no fue una casualidad. Las extracciones de mineral del asteroide, los fracasos en su transporte a la nave, las reuniones de los tres integrantes para supuestamente mejorar los problemas suscitados... todo era una tapadera.
No sé quién descubrió al ruso antes, ni sé el acuerdo al que llegaron, del que por supuesto, yo era totalmente ajeno, pero la verdad es que Demianov había encontrado oro en A 44821. Pero no un oro cualquiera, sino uno de una calidad jamás vista. Probablemente, de un valor incalculable.
Si hubiera sido listo, tan sólo con el equivalente a un puñado le habría bastado para el resto de su vida. Pero tuvo que acumularlo en su habitáculo. No sé muy bien cómo esperaba ocultarlo, ni siquiera creo que pensara en ello. Lo cierto es que sus compañeros le descubrieron y acordaron con él algún tipo de reparto.
Durante más de tres meses fueron capaces de cooperar a mis espaldas, pero alguien empezó a desconfiar, o quizás nunca llegaron a confiar en ellos mismos más que lo suficiente para aparentar normalidad. Finalmente, el desenlace que ya conocen, un accidente trágico en el cráter N43 del asteroide. O a lo peor no fue ningún accidente y el vehículo de transporte se precipitó a aquel agujero por venganza, impulsos suicidas o simple violencia. Demianov condujo a sus compañeros y a sí mismo a un trágico final. Pensó tal vez que podría saltar en el último instante, pero no se dio cuenta de que estaba unido al copiloto, no se percató de que este quizás desconfiado, le había anclado a su traje para fusionar sus destinos.
Esto es lo que les puedo contar, no sé más. Fue como la "Gold Rush" del XIX. No hemos cambiado mucho, aunque hayan pasado más de cuatro siglos.