jueves

Mi primera vez


Todos tenemos una primera vez. En algo y en todo. Y, como la vida misma, todo tiene un principio y un final. Hoy hablo de la primera vez que vi la muerte rondar cual invisible estela a mi lado...
Fue al comienzo de mi trabajo. En el primer servicio que me ponen a trabajar era en la U.C.I. Yo, con 19 años, lloraba a escondidas cuando volvía a mi turno y no encontraba a Manuel o a Pablo en sus camas...
Pero una tarde me mandaron a planta. No había nadie en la U.C.I. y cuando no había nadie nos mandaban a reforzar otros servicios. Mi turno comenzaba a las 15 horas. A las 15 y 5 minutos llaman a un timbre, insistentemente. La habitación estaba al final del pasillo. Cuando salí del control de enfermería para acudir a la llamada ya noté algo raro en el pasillo. Una señora gritaba. Yo corrí. Entré en la habitación. Un señor dormía en la cama. Qué ilusa. Era el esposo de la señora que no paraba de gritar. Mi compañero, el D.U.E., había corrido detrás de mí sin percatarme. No sé cómo lo hizo. Cogió al señor dormido en volandas...cada mano sujetaba la chaqueta del pijama del paciente y lo dejó caer con delicadeza pero sin dejar de correr en el suelo. Le hizo el boca a boca y ese paciente le vomitó mientras lo hacía. Eso no aminoró la acción de mi compañero. La esposa del paciente no paraba de gritar histéricamente. "Ayúdenle, ayúndele, por Dios". El médico de U.C.I. llegó al minuto. El tiempo se hace eterno cuando la muerte está rondando. En la habitación había mucha gente. Yo tenía que haber sacado a esa mujer de allí. Yo tenía que haber limpiado el vómito de la boca del paciente para que mi compañero lo tuviera más fácil...
Os juro que lo único que pude hacer era apoyarme en la pared. El tiempo se detuvo. No escuchaba nada. Todo iba a cámara lenta y como en una película. Una película donde yo no era ninguna protagonista. Ni siquiera era una extra. Era una película extraña. De las que no me gustan. Y, en un momento, mi compañero se había levantado sin yo darme cuenta. Ya no hacía reanimación cardíaca. El paciente había muerto. Una muerte rápida. Pero él tuvo la delicadeza de hacer que yo me moviera, agarrándome de las manos y sacándome de allí. El, era mayor que yo, y me dijo que lo que yo había visto era lo peor que yo podía ver trabajando allí. Que si volvía a trabajar al día siguiente era que me gustaba mi trabajo. Porque lo mejor, me dijo, es cuando un paciente te sonríe...aún sintiendo dolor, aún sintiendo miedo. Esa sonrisa te hace volver cada día a trabajar. Los pacientes necesitan personas que lo den todo...incluso sus miedos. ¿Quién no tiene miedo? Y yo entendí en ese momento que mi mayor miedo era no tener caridad con quien lo necesita.

8 comentarios:

Alfonso Saborido dijo...

plas plas plas. Me ha encantado. Yo he vivido la muerte de cerca ya. La de mi madre, llegué recién ocurrida. Pero mi hermana se murió en mis brazos, y hoy hablando de ello porque me encontré al vecino de habitación, que murió su mujer también, decía que en cierto modo me alegro de como fue. Porque no fue dramático. Estaba sedada. Llevaba un día así. Yo estaba con ella y siempre le cogía la mano. Yo notaba que ella lo sentía. Ya antes me había dicho que le diera la mano que se sentía bien. Y de pronto, yo noté algo raro, le toqué el cuello y lo tenía frío, de pronto abrió los ojos, miró al infinito como si estuviera viendo algo, como si la hubiera despertado algo, luego me miró a mí, soltó un suspiró y cerró los ojos, y se murió. Esa esa la satisfación que me quedó que lo último que vió fue a su hermano y que no se murió sola. Luego, claro, me tuvieron que sacar porque a la vez que ella se murió yo me quedé sin fuerzas. Toda la que había tenido durante los tres años anteriores de la enfermedad, desaparecieron de golpe.

Nacho Rodríguez dijo...

Es curioso, como en el momento de morir, mucha gente recuerda a su madre o familiar más cercano, da igual la edad que tengas, siempre nos acordamos de nuestra referencia. Alfonso, estoy seguro de que tu hermana se fue sabiendo lo mucho que la quieres.

Agata dijo...

ALFONSO:yo pienso como Satie.Tu hermana se fue sabiéndolo.Siento ponerte triste.

Alfonso Saborido dijo...

No, no, si a mí no me pone triste. Muchas veces la gente me dice es que no te pregunto como estás para no recordate... no. Eso es lo suficientemente gordo como para que no se te olvide nunca, siempre lo tengo presente, sólo han pasado seis meses. Y lo que yo no querría nunca es que se me olvidara. Nunca, jamás voy a olvidarla, además creo que fue lo que dije cuando se murió, que no la iba a olvidar nunca.
Hace tiempo entrevisté a una eurodiputada del PSOE, Paca Sahuquillo, está mujer perdió a su hijo de veinte años de una subida de azúcar en el metro de Madrid, la policía lo confundió con un yonqui porque llevaba jeringuillas de insulina y no le atendió como debieron y murió. Y me decía que ella se sentía como si le hubieran amputado un brazo y tuviera ese miembro invisible. Pero que lo que más terror le daba era que cada día le costaba más recordar los detalles, las experiencias vividas, y eso no quería perderlo nunca. Y es verdad y ahora lo comprendo.

Alfonso Saborido dijo...

Ah, y a esta mujer le mataron a su hermano en la Matanza de Atocha, del 77... con que de drama sabía la pobre.

Alfonso Saborido dijo...

Por cierto, Satie, estoy jartito de mandarte correos con el programa del otro día y no me contestas ni uno. A ver si voy a tener que utilizar el plan B :-P

Recomenzar dijo...

Bello escrito de maravillosas letras

Kim Basinguer dijo...

La muerte siempre impone su ritmo y su momento, y nadie está libre de sentir miedo.
Pero todos debemos de tener siempre caridad, que es lo mismo que amar.